En qué quedamos: ¿el plástico es bueno o malo?

Gertrudis Bujalance

El plástico ha sido uno de los inventos más revolucionarios del siglo XX. Su ligereza, resistencia, versatilidad y bajo costo lo convirtieron en un material clave para la industria, la medicina, la tecnología y la vida cotidiana. Desde envases hasta dispositivos médicos, este compuesto sintético ha permitido avances significativos en múltiples campos, mejorando la calidad de vida de millones de personas. Sin embargo, esta revolución también trajo consigo una paradoja: lo que alguna vez fue símbolo de progreso, hoy se considera una seria amenaza para el medioambiente.

La contradicción del plástico: un material bueno convertido en malo

El problema no radica en el material en sí, sino en la forma en que lo gestionamos. La durabilidad de este material, que inicialmente fue una ventaja, ha resultado ser un problema con repercusiones incontrolables a nivel global. Cada año, millones de toneladas de plásticos terminan en océanos, ríos y vertederos, donde pueden tardar siglos en degradarse. Esta contaminación afecta gravemente a la fauna marina, entra en la cadena alimentaria y contribuye a la crisis climática.

Además, el modelo de consumo basado en el “usar y tirar” ha amplificado el impacto negativo del plástico. A pesar de los avances en reciclaje, solo un pequeño porcentaje de los plásticos producidos se consigue reciclar de manera efectiva. Las normativas de gestión de residuos y las infraestructuras correspondientes son insuficientes, especialmente en países en desarrollo.

Un material revolucionario desaprovechado por la mala gestión

La paradoja del plástico revela una desconexión entre la innovación productiva y la responsabilidad social y ambiental. Bien utilizado y correctamente gestionado, podría seguir siendo una herramienta valiosa para la humanidad. La solución pasa por el rediseño de los formatos, la implementación de la economía circular, mejorar los sistemas de recogida y el reciclaje, e impulsar leyes más estrictas sobre su uso.

A fin de cuentas, el plástico no es el enemigo. El problema ha sido y sigue siendo nuestra mala gestión. Superar esta paradoja requiere un cambio administrativo y tecnológico que nos permita aprovechar el potencial del plástico sin destruir el planeta.

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