María Teresa Sánchez.
María Teresa Sánchez Directora Proyecto Tesis

Actuaciones de limpieza respetuosas con el medio ambiente

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Limpieza es un concepto que difícilmente se puede compatibilizar con respeto al medio ambiente si no realizamos actuaciones específicas. Por definición, el ‘trasladar’ suciedad de un espacio a otro donde se acumula, implica inevitablemente, un problema medioambiental.

Y es ahí donde reside el reto: ¿cómo limpiar los espacios de la manera más respetuosa posible con el medio ambiente? Porque los procesos de limpieza no son actos fortuitos o ingenuos, tienen una finalidad y tienen un claro objetivo del que, dependiendo de los casos, se ve involucrada también la seguridad y el bienestar de las personas.

La definición de limpiar: trasladar la suciedad de una superficie u objeto a otro lugar donde ‘no va a interferir’ en nuestros procesos cotidianos. Nunca de una superficie a otra.

Limpiamos la suciedad de los platos, la máquina trituradora de una industria cárnica, la moqueta de una oficina, utensilios y elementos de corte en la parada de pollo… y está claro que no podemos evitar limpiar. No es un capricho, pero en el siglo XXI, y ante la gran problemática medio ambiental a la que hemos llegado como sociedad, estamos obligados a gestionar mejor que nunca los procesos cuidando el ‘aspecto verde’.

No se trata de eliminar los procesos de limpieza-desinfección de superficies, sino de hacerlo de forma más respetuosa, sin excesos y midiendo perfectamente el procedimiento a utilizar.

Cuando hablamos de actuaciones respetuosas con el medio ambiente nos referimos a que los procesos deben impactar lo mínimo posible a nuestro entorno. A veces esto resulta muy complicado, por no decir imposible. Pero está claro que sí podemos reducirlo y minimizarlo.

Aunque existe una red de depuradoras de agua para el tratamiento antes de su vertido en los cursos de agua o el mar, no debemos confiar que resuelvan totalmente ‘el impacto’.

Hay más factores a tener en cuenta y, centrándonos en las actuaciones cotidianas de limpieza, vamos a clasificar los procesos.

Descartamos los procesos domésticos, difíciles de controlar por las autoridades y que consumen una astronómica cantidad de agentes químicos de limpieza y de utensilios (habitualmente de plástico) que son vertidos, tirados y que, en caso de alcanzar el medio ambiente de manera incontrolada (hablamos de nuestros bosques, ríos y el mar), pueden comportar una problemática añadida: los microplásticos, fenómeno tristemente muy publicitado últimamente por las enormes dimensiones que ha comportado en los océanos, y que ha obligado a la creación de normativa europea al respecto.

Luego tendríamos los procesos ‘análogos a los domésticos’ pero ejecutados por empresas. Empresas de limpieza que realizan servicios en oficinas, colegios, colectividades, etc.

Desgraciadamente, la utilización de los químicos en gran parte de nuestros centros no solo se hace de forma descontrolada, sino que se utiliza en una forma piramidal de abrasión incorrecta.

Mientras en la mayoría de países europeos se tiene ‘grabado a fuego’ que los productos químicos abrasivos se utilizan de forma puntual, lo mínimo posible y solo en suciedades ‘rebeldes’, en nuestro país todavía existe una cultura muy extendida por lo que se hace justo al revés. Se limpia con el producto más abrasivo gran parte de las superficies.

El argumento del personal de limpieza es: “que no hay tiempo para ir cambiando productos, y si utilizan un producto altamente abrasivo garantizan que se elimine toda la suciedad en una sola pasada”. Grave error que demuestra la falta de formación al respecto; el peligro al que someten al medio ambiente, que recibe residuos que provocan reacción medioambiental, y asumen riesgos adicionales a los que se enfrenta el personal de limpieza ante la manipulación de productos agresivos.

Es cierto que existen suciedades y niveles de higienización-desinfección que implica el uso de productos químicos específicos y de gran poder contaminante (ya sea por el agente de limpieza o por la suciedad que arrastra).

Gracias a medidas específicas donde intervienen las depuradoras, la imagen de nuestros ríos totalmente cubiertos por una capa de espuma (a veces de colores), con peces muertos en la orilla y con un grave problema de eutrofización (crecimiento excesivo de plantas acuáticas que agota el oxígeno disuelto en el agua provocando la muerte de todos los peces y animales acuáticos, causado por excesos de fósforo y otros contaminantes en el agua) se ha reducido, aunque no se debe invertir recursos únicamente para que se minimice el impacto medioambiental que el ser humano provoca, ¿no sería mejor trabajar e invertir en lograr una cultura de respeto al medio ambiente?

Y ante este panorama difícilmente controlable, nosotros como profesionales podemos añadir nuestro granito de arena, que reduce el gasto asociado a estos procesos.

En primer lugar, hay que realizar un correcto análisis de la suciedad. No es la misma suciedad la que se genera en una oficina que la de una industria cárnica donde fabriquen embutidos.

No son suciedades comparables y, por lo tanto, no tiene sentido que se use un agente desengrasante de alta alcalinidad para el suelo de la oficina. Ni tiene sentido que se use un detergente neutro con bajo nivel de tensoactivo para limpiar el suelo del obrador de embutidos que está lleno de grasa, sangre y restos de carne después de un intenso turno de fabricación.

Una correcta evaluación de la suciedad a eliminar nos permitirá buscar los productos químicos más adecuados, los que con la menor cantidad posible nos permitirán una mejor limpieza con un gasto de agua asociado y tiempo menor de ejecución.

Evidentemente, el uso de agentes químicos concentrados que minimicen la dosis es una ventaja: menor emisión de CO2 derivado del transporte, menor manipulación de pesos por parte del personal (mejorando la prevención de riesgos laborales), menor consumo de envases, sin olvidar un aspecto clave: que se usen adecuadamente.

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