Pedro-Ruiz
Pedro Ruiz Romero Responsable de estudios y legislación AFEC

La calidad del aire en las oficinas

“El aire de tu oficina te está matando” , o “El aire de tu oficina te hace menos inteligente” son varios de los titulares que pueden encontrarse fácilmente en internet y que recogen una triste realidad. La calidad de aire interior, especialmente en oficinas es, por lo general, muy perjudicial
para la salud y la productividad de sus ocupantes. Esta realidad aún debe explicarse a la población en general, para cambiar el concepto erróneo de que solo la calidad de aire exterior es la que importa, puesto que, en suma, pasamos más del 90% de nuestra vida en lugares cerrados, lugares altamente contaminados por la presencia de químicos de interior y partículas, en una concentración mucho mayor que el aire exterior.

Entre los gases, los sospechosos habituales presentes en el aire de oficinas son el formaldehído, los hidrocarburos aromáticos policíclicos, el radón, el ozono, entre otros, y donde, tal y como asume la OMS, se ha comprobado que no existe un umbral a partir del cual los elementos contaminantes no son un riesgo para la salud. Desde el momento que aparecen ya suponen una amenaza y donde el listado de gases anterior se amplía a más de 900 contaminantes presentes, sin olvidar el dióxido de carbono o los dióxidos de nitrógeno.

Entre las partículas, encontramos las de un tamaño inferior a 2,5 micras (PM2,5) o ‘polvo fino’, originadas por pólenes, pero también por el tráfico rodado circundante (restos de neumáticos, inquemados de procesos de combustión, entre otros), sin poder olvidarnos de las de un tamaño por debajo de 10 micras (PM10).

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Además de ocuparnos de los gases y las partículas presentes, para lograr una buena calidad de aire interior, también es necesario una correcta humedad y temperatura interior, sin estratificaciones ni corrientes de aire frío o caliente. Se ha demostrado que las personas que no se encuentran a una temperatura confortable no pueden pensar con claridad y son improductivas en su trabajo, y que hombres y mujeres necesitamos temperaturas distintas debido a nuestras diferencias en masa corporal y efectividad del sistema circulatorio, entre otras causas.

El ejemplo más claro de un ambiente improductivo es una oficina fría los lunes y calurosa los viernes, o una oficina en la que son necesarios radiadores eléctricos debajo de las mesas debido a que la instalación de climatización tiene patologías de estratificación no solucionadas (pies fríos y cabeza caliente).

Esta estratificación del aire caliente supone, además, un elevadísimo derroche de energía, puesto que los techos se suelen encontrar a 30°C, mientras que el suelo de la oficina se encuentra a la temperatura exterior, situación que se agrava si se eleva la temperatura de consigna del termostato. Por último, el ruido: no deberían superarse los 45 dB(A) de presión sonora, lo que implica que debería poder mantenerse un nivel de conversación a voz baja (puede usar su móvil para medirlo mediante aplicaciones gratuitas). De entre todas las oficinas, los casos más graves de oficinas ‘enfermas’ son aquellas situadas en zonas con alta densidad de tráfico rodado o en polígonos industriales, donde literalmente se respira ‘tierra’.

¿Cómo puedo saber cuál es la calidad de aire de mi oficina?

Una primera aproximación para conocer el nivel de partículas en el aire en suspensión es observar cortinas, paredes, ventanas, y por supuesto pedir al personal de mantenimiento un informe del estado de los equipos de climatización y de los equipos de ventilación y sus filtros. Tengan por favor en cuenta que los filtros se diseñan para retener principalmente partículas PM10 y en mucha menor medida partículas PM2,5, esto es, si los filtros diseñados para las partículas PM10 ya son un muro de suciedad, pueden imaginarse la cantidad de partículas más pequeñas en suspensión que han atravesado el filtro.

Para los más intrépidos, puede ser interesante el acompañar al personal de mantenimiento en su visita y ver de primera mano el estado de los equipos, falsos techos, etc. En cuanto a la presencia de gases, ciertos materiales avisan de lo que nos vamos a encontrar (donde hay madera, hay formaldehído; donde hay plásticos, hay aromáticos; si en la zona hay tráfico rodado, habrá óxidos de nitrógeno y ozono, etc.) y también según la planta de la oficina (radón en sótanos y plantas bajas, generalmente).

Para salir de dudas, la recomendación es la de la instalación de medidores y pantallas de visualización (muy asequibles hoy en día) que muestren información en tiempo real, con grabación de datos para su análisis (lo que no se mide no se puede controlar). Además de esta medición y registro continuo, lo más importante: estos datos deben llegar de forma regular y ser de interés a las personas con capacidad de decisión en el seno de la empresa, para poder actuar en consecuencia.

La solución técnica

El método habitual para reducir el nivel de contaminación interior es la dilución de los contaminantes mediante aire exterior (introduciéndolo en la oficina a razón de 12,5 l/min por persona), caudal de aire exterior que debe ajustarse a la ocupación para evitar una sobreventilación y también ser tratado previamente, tanto para evitar introducir otros contaminantes no deseados (ozono, PM2,5, etc.) como para evitar perder energía térmica al ventilar, por ejemplo, instalando sistemas con recuperación de calor.

Además de esta dilución por aire exterior, es extremadamente recomendable el uso adicional de sistemas de purificación, bien portátiles o bien incorporados en los sistemas de climatización (ionización, fotocatálisis, etc.), tecnologías de purificación de alta efectividad y de bajo mantenimiento, que eliminan en su totalidad los alérgenos, mohos o bacterias y virus, entre otros. Aun así, no debe olvidarse, por favor: el mantenimiento tiene que ser frecuente y completo, los filtros, una vez sucios, dejan de cumplir su función.

Cuando la oficina es la casa

Las viviendas no se libran de tener una mala calidad de aire interior, donde el olor, el CO2 y las partículas PM2,5 son los principales contaminantes, sin olvidar el radón y donde para conseguir un nivel acústico adecuado, es necesario cerrar ventanas, lo que agrava el problema. De nuevo, tenemos en la memoria aquello de “abrir ventanas” para ventilar mientras no estamos, cuando debería ser al revés, ventilar cuando existe ocupación. Es cierto que este tipo de ventilación a través de ventanas aumenta el consumo de energía y, aunque reduce los niveles de CO2, puede aumentar la contaminación interior puesto que aire exterior no es sinónimo de aire limpio. Al respecto de los niveles de contaminación de CO2 en viviendas, es muy interesante el estudio del Consejo General de Arquitectos de España. La solución pasa por instalar sistemas de ventilación con recuperación de calor.

Cuando la oficina es el coche

Los vehículos se mueven en un ambiente muy contaminado tanto por partículas como por todos los derivados de procesos de combustión, además de tener altos niveles interiores de CO2 con altas ocupaciones y vehículos parados. Es imperativo que los filtros de los habitáculos tengan unas propiedades que permitan retener partículas de menos de 2,5 micras, así como una barrera de carbón activo para retener gases como el ozono. De nuevo, deben cambiarse con frecuencia (son muy asequibles).

Vivimos en el fondo de un mar de aire y la salud, desde la del gerente hasta la del ordenanza, depende del aire que se respira. Sabemos con certeza que los efectos de la contaminación son los causantes de enfermedades como el alzheimer o problemas con el sistema inmunitario, al acumularse a lo largo de la vida. Prevenir es la solución; si nos lavamos con frecuencia las manos, la ropa, las superficies o los muebles, con más razón hay que limpiar en profundidad de forma continua el aire de espacios cerrados: nos va la calidad de vida en ello, tanto presente como futura.